Con la muerte de Alfredo Landa arrecian los homenajes. Todos
ellos merecidos, qué duda cabe. Y también los arranques de nostalgia. Estos,
por no carentes de lógica, sin embargo son peligrosos. La añoranza de los
tiempos pasados, cuando éramos más jóvenes, normalmente acaba por dar brillo,
relumbrón más bien, a cosas que no son dignas del mismo.