Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

¿QUÉ PUEDES ENCONTRAR EN LA BOTICA?

viernes, 16 de mayo de 2014

Lo inexplicable y lo absurdo.

Nuestros dos últimos presidentes, Rodríguez Zapatero y Rajoy, han calificado la muerte de la política del Partido Popular Isabel Carrasco, como "inexplicable" y "absurda" respectivamente. Amén a eso. Son palabras surgidas del dolor por la pérdida de una compañera de profesión y también amiga, y puede que también sean consecuencia de un miedo de clase, de ver como su pertenencia a una casta privilegiada no les libra de ser víctimas de emociones tan rastreras, tan dignas de la "plebe" como el odio y la venganza.

Porque aparte de estas consideraciones, no me parece que la muerte de Isabel Carrasco sea "inexplicable" o "absurda". Algo "inexplicable" no tiene explicación, y este asesinato sí tiene una explicación. Que no nos guste es otra cosa. Que no debería haber ocurrido, también.  Es una explicación para un hecho lamentable e indeseable.

También es una explicación que carece de glamour. Por un lado, no es un hecho revolucionario, no es la expresión de un miembro de ese pueblo oprimido por una vergonzosa política de recortes que le empobrece cada vez más y que, desesperado, hubiera descargado su rabia e impotencia ante los que considera culpables de su situación. Y por otro lado, tampoco es un crimen provocado por una supuesta ola de odio encendida en los fuegos de las redes sociales o de ciertos medios de comunicación hostiles al gobierno o el sistema.

No, todo ha sido mucho más vulgar, anodino, prosaico... Ha sido un asesinato producto de la ambición y la venganza, de esos que disfrutamos cuando los leemos en las páginas de una novela negra pero que nos horrorizan cuando aparecen entre las columnas de un periódico o en las imagenes del telediario que nos acompañan a la hora de la comida.

Ha sido un repudiable asesinato que se ha intentado usar de una manera igualmente repudiable. Unos lo han querido elevar al pedestal del comienzo de una revolución que desean y otros lo han utilizado para enaltecer más su misión poniéndose en el lugar de unos mártires por la democracia.

Ni lo uno ni lo otro: es un crimen de una bajeza moralmente repugnante, que no se distingue mucho de cualquier otro crimen de las mismas características donde la víctima hubiera sido un anónimo individuo sin ninguna repercusión social o política. Nada de intencionalidades ideológicas ni revolucionarias: una sencilla vendetta, planeada con cinematográfica premeditación y alevosía. No es que sea poco, pero eso es todo.

Lo realmente inexplicable y absurdo de este deplorable asunto es que se vaya a usar para empezar otra andanada contra las libertades inherentes a un Estado de derecho, que a lo "no hay mal que por bien no venga", nuestro histéricamente reaccionario gobierno, aupado por sus corifeos mediáticos, vea la puerta abierta para invadir las redes sociales, a la caza y captura del disidente, (con la excusa de perseguir al tonto del nabo bocazas que mejor estuviera callado, sí, pero que, mientras no sea partícipe en un crimen, tiene todo el derecho del mundo a ser tonto del nabo bocazas). Han empezado a poner puertas a la calle y ahora acometen una labor más titánica: poner puertas al éter cibernético.

Pues que tengan cuidado, no sea que los que se conformaban desahogándose ante el monitor al calor de su hogar se les ocurra, si se les prohibe soltar tensión mediante el teclado, bajar las escaleras de su edificio y se sumen a las protestas que periódicamente sacuden la tranquilidad de una casta política muy pagada de sí misma y que se escuda en una mayoría silenciosa cada vez que las calles bullen de indignación.

Por lo demás solo queda desear que la muerte de Isabel Carrasco no haya sido en vano: o sea, que los culpables de su vil asesinato paguen su crimen ante los tribunales y que esto sirva de llamada de atención a quien quiera usar la violencia para satisfacer un personal y egoista deseo de venganza. Y que también sirva para que, en lugar de enrrocarse en su torre de márfil, la casta política piense por qué hay mucha gente que, sin desear la muerte de nadie, sí que se ha alegrado de esta, o, por lo menos, ha sentido la más profunda indiferencia. Que los "padres de la patria" se den cuenta de que algo estarán haciendo mal para que el pueblo que, a fin de cuentas, les da de comer con sus votos, haya llegado a esta situación de desgana y abulia ante lo que les pueda pasar.

Que ya no estamos ante la tradicional burla a la autoridad, esa que tanta gracia hacía en las añejas películas del cine mudo, cuando guardias como los simpáticamente incompetentes  Keystone Cops recibían la patada en el trasero de los Pamplinas o Charlots de turno... Esto es algo mucho más serio.

Por su bien, pero sobre todo por el nuestro, que lo mediten.

¡Salud!

No hay comentarios: