Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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viernes, 18 de abril de 2014

El lector ya no tiene quien le escriba

"Macondo I"   Cuadro de Hernando Nossa, Copyright: hernando nossa cuadros ©. Imagen tomada de esta página.
 "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo."

¡Pero qué perra es la muerte, que se lleva por delante a la gente sin orden ni concierto, y que altera los designios del más pintado! Ahora resulta que andas por tu vida de lector con un plan medio establecido, ahora estoy leyendo este libro, luego a ver si empiezo con este otro que me han recomendado, o igual saco de la estantería aquel que compré hace tiempo y que espera ser estrenado... y resulta que por obra y gracia de la Parca, esa gran fullera, te entran ganas de dejarlo todo y volver a visitar Macondo.

Porque los libros (y las películas, o las series televisivas) tienen esa misma fascinación que los lugares que ya hemos visitado con agrado. Con todo lo que nos queda por ver, todo lo que nos queda por leer, acabamos con quizás demasiada frecuencia regresando al territorio conocido, burguesote y relajante de lo ya visto, y caminamos por sus calles, y entre sus páginas, con la tranquilidad y la seguridad de quien se siente como en casa...

Pues eso, que ahora que García Märquez nos ha dejado, me ha venido a la cabeza el asombro, casi obnubilación, con la que hace tantos años leí por primera vez su obra más conocida. Alteraré mis planes de lectura y volveré a enfrascarme en las aventuras y desventuras de la familia Buendía, o de ese atemporal, y sin embargo tan enraizado en su propio tiempo,  Macondo.

Hace años que no lo visito, y por tanto hablo de él con los reflejos de una memoria cada vez más anquilosada. Recuerdo, eso sí, como al adolescente que fui le dejo paralizado el comienzo, esas líneas que encabezan este texto y que tantas veces volveremos a leer estos días... pensaba ese joven lector que fui, "¿será cabrón este tal Gabo?... pues ¿no me está destripando el destino de sus personajes nada más empezar el libro?" Ahora que andamos inundados en las redes por el extranjerismo ese del "spoiler", hete aquí que hace casi cincuenta años un autor te deja claro desde el principio qué va a pasar con su personaje.

O no, porque el misterio sigue ahí: ¿qué releches pasó el día en que ese niño, futuro coronel ante el pelotón, conoció el hielo? Es más, ¿de qué mundo viene alguien que no conozca algo tan rutinario y vulgar como el hielo? Márquez plantea en esas dos líneas que lo importante en una historia no tiene que ser necesariamente lo que pasa, sino también por qué pasa.

Y cómo se cuenta, claro está. Márquez te atrapa con su lenguaje florido pero nunca amanerado... y también con la estructura laberíntica del relato. Y sobre todo, con la poética pero también casi inadvertida intrusión del elemento fantástico en un relato, dando pie a lo que se llamó "realismo mágico", una de esas etiquetas que tanto nos gustan a los humanos, pero que al final son de usar y tirar porque acaban constriñendo más que explicando.

García Márquez era, pues, un contador de historias. Historias interesantes, con personajes que hacemos nuestros tras unas pocas líneas de lectura y de los que al final recordamos más la anécdota, ese resquicio del vivir día a día, más que el evento importante que configura su devenir... Con la muerte del escritor colombiano, como con la de cualquiera de los que nos han formado y hecho lo que somos desde cualquier campo de la cultura, perdemos un pedacito de nosotros mismos.

Si me permiten parafrasear el título de otra de sus obras (que no mencionaré aquí porque, aunque de una calidad apabullante en su mayoría, el impacto de su Macondo solitario en aquel adolescente que fui las sobrepasa), diré que nosotros, lectores, ya no tenemos quien nos escriba. Sí, hay más escritores, vivos y muertos, a los que acudir, un universo de letras por descubrir o redescubrir, pero... García Márquez ya no volverá a escribir para nosotros. Y lo vamos a echar en falta. Eso sí, siempre nos quedará el consuelo de volver a leerle, aunque sea con la frente marchita y la sien plateada por las nieves del tiempo, y sentir de nuevo la bendita angustia y desazón producida por uno de los finales de libro más bellos que uno haya leído jamás...

...estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

¡Salud!

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