Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 12 de abril de 2014

Vull el divorci

Pues nada, que parece que Cataluña quiere el divorcio. O, por lo menos, quiere que le permitan decidir si lo quiere o no. Y España, esa nación laica que no lo es, aconfesional en estado latente pero en realidad sierva de una confesión, invoca a Dios encarnado en Santa Constitución de la Inmaculada Transición y dice que no es posible. Dios, o sea, la Constitución, no lo permite. Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo.

Ahora, ¿qué queda? Quizá que el cónyuge despechado recuerde al otro que "Ese es tu Dios, no el mío". El problema es que cuando en 1978 Cataluña renovó sus votos matrimoniales con España (a la fuerza ahorcaban, en ese momento se vendió que era eso o el caos), lo hizo bajo las aguas del bautismo constitucional. Y por eso, ahora solo quedaría en principio apostatar. Pero ya sabemos lo difícil que es apostatar en este país, por no decir imposible.

En resumen, que hace cuarenta años no te podías divorciar porque ni Dios ni el Estado lo permitían. Ahora te puedes divorciar, tras la aprobación sucesiva en las tres últimas décadas de leyes que han hecho crujir de dientes a la Iglesia. Dios sigue sin permitirlo, pero el Estado sí.En una democracia los roles de patrón y marinero cambian. Eso sí, como hay quien se piensa que todo el monte es orégano, Cataluña debe creerse que semos europeos y libres, así que también quiere iniciar trámites de divorcio. Si todo fuera normal, podríamos entender o no sus razones, discutir o intentar convencer, pero al final deberíamos aceptar la petición.

Pero no. Ni flowers. Porque al final la Constitución ha resultado más fuerte que Dios. Sí, sí, la misma Constitución que parecía en su momento algo provisional, para ir tirando, creada para satisfacer y aplacar los instintos más primarios de los extremos pero que en realidad no gustaba a muchos que la acabaron aceptando. Pues bien, Dios no ha podido evitar la llegada del divorcio, pero la Consti si está impidiendo la toma de decisión de un pueblo. O sea, una Constitución democrática impide el ejercicio de la democracia. Cosas veredes.

O sea, que como en añejos y rancios tiempos, el matrimonio va a seguir conviviendo. Tirándose los trastos a la cabeza, en habitaciones separadas y sin dirigirse la palabra para intentar solucionar la situación. Los que abogaban por la Ley de Divorcio decían que en casos como este era mejor la separación que la convivencia. Curioso que a muchos de ellos les parezca, sin embargo, que es preferible una convivencia así entre dos territorios a iniciar los trámites de una separación que sea lo menos dolorosa posible.

O puede que haya otra salida. Si este tribunal no admite la demanda, se podría ir a otro. O, como decía Gila en un añejo monólogo de los suyos, "aquí no hay divorcio, pero hay el ahí te quedas". No lo sé. Sí que tengo claro, sin embargo, que cuando un matrimonio no va bien hasta el punto de que está destrozando a los cónyuges, ninguno de ellos debe obligar al otro a continuar con la pantomima. O debe dejarle marchar, o al menos iniciar los trámites de divorcio. Luego ya tocará hablar de quién se queda con qué bienes, el piso, los hijos... Eso sí que debe ser negociable y discutible por las dos partes; y si no hay acuerdo, tocará a ir a un tribunal.

Las cosas deberían ser más sencillas.

¡Salud!

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