Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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lunes, 13 de julio de 2015

Un rumor, un burdo rumor

Que alguien me diga que es un rumor,  un burdo rumor. Un rumor palurdo. Furibundo e iracundo. Un rumor vagabundo, en una imagen que posiblemente te habría gustado, un rumor errante por la tierra, sin asentarse en lugar alguno, huérfano de gentes que crean en él. Un rumor moribundo, condenado a desvanecerse en el aire porque, de puro absurdo, cae por su propia necedad, porque personas como tú deberían estar condenadas a vivir eternamente. Un rumor, en suma, inmundo y nauseabundo, indigno de tu ironía y sarcasmo.

Uno, que a veces pasa más tiempo del que debiera en eso de las redes sociales, ayer las maldijo porque fueron ellas las que me trajeron la noticia. Y pasado el momento de perplejidad, deseé profundamente que esta vez la noticia fuera la antesala del rumor. Que todo fuera una broma merecedora de aparecer en esos periódicos digitales humorísticos. Y aunque apareciera en titulares en toda la prensa digital "seria" que muchas veces hay que tomarse a broma por no llorar, todavía seguí esperando durante unos breves minutos que alguien se atreviera a desmentirlo. Que, a lo Mark Twain, aparecieras con el pitillo en los labios (y tú eres de los pocos a los que en mi talibanismo antinicotínico he tolerado que fumara en mi presencia) diciendo que las noticias sobre tu muerte habían sido muy exageradas.

Por desgracia, todo parece cierto. Te vi hace seis meses, en León, y que se me lleven todos los yetis de los Himalayas si en aquel momento se me ocurrió pensar que iba a ser la última. Poco tiempo después pasaste cerquita de mi casa, por Avilés, y decidí no ir porque aún estaba ahito de las buenas sensaciones de ese concierto en el romántico barrio leonés... Y ahora me arrepiento, malditos sean los cojones de San Cucufato, de no haber ido, por haberse convertido esa actuación avilesina en una oportunidad perdida. La última oportunidad.

Me imagino que tanta alabanza que estás recibiendo ahora, en algunos hipócritas casos a buenas horas mangas verdes, te haría sentir incómodo, que admitirías mejor alguna crítica, algún cerrado sarcasmo sobre tu persona. Pero déjame, ay, que yo prefiera hacerte la pelota y recordarte que desde hace más de treinta años me has acompañado con tu sabiduría, tus letras poéticas, suavemente o cruelmente hirientes, tus melodías krahenianas (tan brassenianas o más y mejores que las del gran Georges) simples y complicadas (hey, que muchas hasta tienen acordes con cejilla, "los difíciles", como tú decías). No voy a decir que te voy a echar de menos porque voy a seguir escuchándote, aunque cada vez que te oiga eso de que las flores que saldrán por tu cabeza "algo darán de aroma" esbozaré un "je" chiquitín, de media comisura".

Sin embargo, seguro que dentro de unos años pensaré que hace tiempo que no te veo en concierto, y entonces me daré cuenta de que eso fue todo, que no habrá más. No habrá más risas en directo ni santa atea comunión con tu público, ni peticiones de clásicos muchas veces desatendidas y de vez en cuando correspondidas (en el Gran Café leonés me regalaste, que yo sé que fue para mí, que ni sabías que estaba ahí y de hecho ni sabías que existo, y no para los demás, la compañía de Marieta y La Yeti, aparte de volverme a llevar a Villatripas y a la Jacinta en el pilón, matarile-rile-rón, y no sabes lo que te lo agradezco).

Pero no te preocupes, que nada de eso se perderá como lágrimas entre el humo de los cigarrillos que fumabas en el escenario contraviniendo toda ley y que todos te perdonábamos... no, esos momentos son eternos, instantáneas fugaces de una vida que nos adornaste, y muy bien.

Como decía tu compadre Sabina,  a través del cual te descubrí, que conste, el problema de este país es que tú no vendías millones de discos, como hizo tu padrino Brassens en Francia. Pero espero que la falta de monetario se viera compensada con todo el cariño y agradecimiento que te tenemos tus incondicionales.

Hasta siempre, Javier Krahe.

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