Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

¿QUÉ PUEDES ENCONTRAR EN LA BOTICA?

domingo, 21 de junio de 2015

Excusatio petita, desanimus iocandi y puta munditia

Una semana después del terremoto Zapata en el ayuntamiento de Madrid me he dejado contagiar por el síndrome de Estocolmo y he llegado a la conclusión de que bien está lo ocurrido. Que sí, que he cambiado de opinión y me parece bien la dimisión del exconcejal. Me parece perfecto que haya renunciado a sus cargos y que se le haya aceptado esa renuncia.

Y me parece perfecto justamente porque lo ha hecho, porque ha admitido el órdago de la facción ultramontana de este país. Porque al dimitir, al darles esta "excusa pedida", ha convertido en papel mojado todas sus presunciones de inocencia, toda su defensa basada en que no era cargo público cuando hizo sus desafortunados comentarios, que había una inocente intención jocosa en ellos, integrados en un debate sobre los límites del humor y la libertad de expresión.

Al señor Zapata le diría que si todo eso era cierto, nunca debería haber dimitido. Debería haber luchado por su inocencia. Debería haberse agarrado a sus declaraciones de que nunca pretendió ofender con esos malhadados chistes y de que nunca ha apoyado ni al Holocausto ni al terrorismo. Estas también serían maneras de la "nueva política"

Zapata ha hecho mucho daño con su dimisión. Ha dado a entender que al final sí que se siente culpable por lo declarado en Twitter y que por tanto, quizá inconscientemente, o no, sabía que estaba haciendo algo malo. Que sí que estaba ofendiendo a las víctimas. Y si estaba ofendiendo a las víctimas, está claro que tenía que dimitir.

Pero mucho daño ha hecho también si ha dimitido por nada. Si a pesar de esa dimisión sigue aferrándose a su inocencia, ha permitido que la derecha y su caterva mediática sigan dictando la política, exigiendo a la izquierda una pulcritud, que ellos, la rancia caspa de este país, ni ejercen ni piensan ejercer.

Decía mi abuelo, republicano del exilio interior, que si algo tenía de bueno la derecha, la fascista y la democrática, es que no engañaba, que sus intenciones eran transparentes, que nunca ocultaba la violencia de aquella o la postura reaccionaria de esta, y que si alguna vez intentaba hacerlo se le notaban las costuras enseguida. Por eso justamente nunca la había apoyado y, llegada la democracia, nunca les votó. Añadía con un deje de amargura que a él quien le había engañado y decepcionado era una izquierda, o presunta izquierda, que no dudaba en abandonar postulados y plegar las velas según soplara el viento.

Con el paso del tiempo he entendido a mi abuelo y he hecho mías estas opiniones. La izquierda, adalid de la pureza y de las conquistas sociales, es la que me ha dejado con cara de gilipollas integral una y otra vez. Nada espero de la derecha, incluso cuando se pone la piel de cordero. Pero siempre he acabado picando ante las promesas muchas veces vacuas de una izquierda incapaz de ser fiel a lo que defiende y que me ha llevado de la decepción total al escepticismo pasando por momentos de mucha desorientación.

En el caso que nos ocupa, la asunción o no de responsabilidades por unos chistes desafortunados, de muy mal gusto pero sacados de contexto, o eso dicen, esta nueva izquierda que acaba de nacer es víctima de su orgullo y de su presunción de pureza. Llega arrasando, acusando, y con razón, de casta a los practicantes de la vieja política y alardeando de que ellos no son así, y a las primeras de cambio el tinglado se viene abajo. Cuando alardeas de estar libre de inmundicias, debes estar preparado para asumir que eso es lo que te van a exigir. Tanto tus partidarios como tus contrincantes. Debes saber que los unos no te van a perdonar el más mínimo de los viejos vicios y los otros te atacarán buscando sangre. Por ello, si lo que has hecho no constituye delito y entra en el ámbito de la moral, y realmente piensas que no has hecho nada malo, debes pelear y mantenerte. Si cedes, admites la culpabilidad. Y por ello bien está que dimitas, pero al mismo tiempo demuestras que muy poco ha cambiado.

Así que retomando los neologismos latinos del título de este envío, les has dado la excusa que te pedían y por tanto has admitido tu culpa, en tus chistes no había ánimo jocoso sino burlas, y has sido víctima de la absoluta limpieza que predican los tuyos. Bien por tu dimisión, pues. Pero vaya decepción, también...

¡Salud!

No hay comentarios: