Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 30 de mayo de 2015

Sobre símbolos nacionales, libertad de expresión y educación

Por si a alguien le interesa, que sé yo que hay muchos a los que sí y un numero menor pero significativo a los que no, hoy se juega una final de Copa. Pero no se me emocionen los unos ni se me asusten los otros, que no voy a hablar de fútbol, hoy no, sino de daños colaterales del mismo.

En España, porque somos así de originales, este campeonato, el segundo en prestigio a nivel de clubs, lleva el apellido del jefe del estado. Ha sido Copa del Rey, del Presidente de la República, del Generalísimo y nuevamente del Rey. Se asocia así, al menos en su nombre, un acontecimiento deportivo no al país en el que se celebra, sino más bien al modelo de Estado que lo rige, reflejando significativamente los casi siempre dolorosos vaivenes políticos que ha sufrido nuestro doliente país en los últimos cien años...

Ahí empiezan los problemas. La tan altisonante y utópica declaración de que no se debe mezclar deporte y política se viene abajo. Asociar un evento deportivo a una forma de gobierno o modelo de estado es política. Pura y dura. La competición, en su denominación de origen, no se adscribe a lo supuestamente permanente, el país, sino a un tipo de organización estatal que puede sufrir, ha sufrido, variaciones en función de gobiernos hereditarios, delirios dictatoriales, guerras civiles o, para variar, voluntad popular. La cuestión es que la gente puede sentirse más o menos identificada con su país, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con el modelo de estado. Se puede querer otro modelo, o incluso dejar de formar parte de él.

Así, cuando no son las autoridades deportivas las que "bendicen" y otorgan el premio, sino el jefe del Estado, se puede usar la ocasión para mostrar el desacuerdo. En un estado democrático, al menos. La idea de que un jefe de Estado y los símbolos nacionales (himno, bandera) que le acompañan son inviolables es algo que entra en conflicto con el derecho más básico de un estado de derecho: la libertad de expresión.

El conflicto es evidente cuando no todos los paises democráticos (o supuestamente democráticos) se ponen de acuerdo en este tema. Los hay que declaran ilegal toda profanación de los mismos, otros que la ilegalizan con matices y alguno que antepone la libertad de expresión. El ejemplo más obvio de esto último son los Estados Unidos, que admiten que la profanación de la bandera nacional, especialmente la quema de la misma, puede ser un acto de protesta contra la política estatal, acto que está claramente protegido por la Primera Enmienda de la Constitución, que recoge el derecho a la libertad de expresión.

Ahora, con ocasión de lo que debería ser un inocente partido de fútbol, vuelve la polémica en España, donde la profanación de los símbolos nacionales no está penada... aún. De hecho, el único precedente al respecto está en la resolución judicial ante una denuncia por los pitos al himno nacional en otra final de Copa, en Valencia. Dicha resolución dejó claro que "la pitada efectuada durante la llegada del Rey, durante la interpretación del himno nacional, así como la colocación de pancartas con el lema 'Good bye Spain', están amparadas por la libertad de expresión y no pueden considerarse difamatorias, injuriosas o calumniosas, ni mucho menos que propugnen el odio nacional o ultraje a la Nación" (Noticia en El País, 12-07-2009).

Así de claro. Y así debería ser. Sin embargo, ante la más que presumible nueva pitada para la noche de hoy, ya se ha amenazado con sanciones al respecto. Sanciones "deportivas", por supesto. La justicia ordinaria tiene el precedente del párrafo anterior. Amparándose en que dichos pitos "pueden incitar a la violencia", las autoridades deportivas quieren poner cortapisas a la libertad de expresión.

¿Qué quieren que les diga? No me siento ofendido porque alguien silbe el himno, o al monarca. Eso sí, me da pena. Porque me pregunto que se habrá hecho mal en este país para que un porcentaje tan significativo de su población no quiera formar parte de él y muestre de esa forma su posición. Y sobre todo, en el caso de los catalanes, por los vínculos que tengo por ellos, me apena más porque el pitido aunque no lo considero injuria o insulto, sí creo que es falta de educación por parte de un colectivo al que quiero y admiro.

Interrumpir un acto, una conversación, una conferencia, etc. con pitidos muestra que faltan las formas y los argumentos. Soy de los que, quizá de manera muy ilusa, piensa que los desacuerdos hay que hablarlos y que si esto falla, una forma más educada de mostrar desprecio es la falta de aprecio: el silencio. El ignorar a tu opositor. A mí me impresionaría más hoy un Nou Camp lleno de aficionados en silencio dando la espalda al monarca y al himno. Porque el silencio mostraría una oposición reflexiva, madurada, y por ello más profunda. El pitido no tiene nada de reflexión. Es una manifestación superficial, inmadura, irracional, infantil y maleducada. Solo busca hacer daño. Y la reacción de algunos "da la razón" a los maleducados. Hablando en plata, como les jode, vamos a joderles bien. Esa es su postura.

Pero es una postura amparada por la libertad de expresión. Tenemos la libertad de expresar nuestro desacuerdo, y eso incluye la libertad de expresarlo maleducadamente. La única barrera para esta libertad es la difamación. Y punto.

Por lo demás, ¡salud! y que en lo deportivo gane el mejor.

(que uno espera que sea el Barça, que conste)

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