Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 26 de septiembre de 2015

Retorno a Cataluña (Et in Arcadia Ego)

Siempre acabo de una forma u otra retornando a Cataluña. No puede ser de otro modo, dados los fuertes lazos que me unen a la que siempre he considerado mi segunda tierra. Si el retorno físico se demora, siempre habrá un retorno mental, en ambos casos quizás como el Charles Ryder de Evelyn Waugh, buscando en su retorno a Brideshead ecos de una juventud perdida, una Arcadia que no puede volver a suceder pero que también puede ser la base de algo nuevo.

Y es que pase lo que pase mañana domingo, nada volverá a ser como antes, ni para los catalanes, ni para los españoles, ni para los que yo nadamos entre las dos aguas de las tierras que nos han cobijado y han hecho gran parte de lo que somos. No hay retorno posible a lo que había antes, y solo nos queda construir algo nuevo, algo diferente sobre la base de lo que antes nos unía y ahora nos separa. Esa es la teoría, al menos.

Será difícil, porque sobre todo desde el malhadado día en el que a algún iluminado se le ocurrió derribar cual castillo de naipes un estatuto de autonomía aprobado con la mayoría de votos emitidos (independientemente de cuántos hayan sido estos) se entró en una cuesta abajo por la que los unos se han tirado sin salvaguardas ni racionalidad y ante la que los otros se han limitado a cerrar los ojos, esperando a ver si se acaba sin accidente alguno.

Lo que unos han llamado de forma rimbombante el "procés" y otros "intento de segregación" ha sido en realidad por ambas partes tal cadena de despropósitos, medias mentiras y medias verdades, incoherencias y ridículos que nos ha llevado a los que intentamos vivir la situación desde la racionalidad, especialmente, repito, a los que nos movemos entre dos aguas, a replantearnos una serie de valores que creíamos más o menos estables y que al final se han mostrado endebles.

No es nada malo replantearse valores, en principio. Nada es eterno, y cuestionarse las cosas suele ser síntoma de mentes abiertas. Sin embargo, también se necesita una base firme sobre la que moverse. No se puede avanzar ni progresar sobre arenas movedizas, que es justamente donde hemos acabado enfangados y atorados.

Creíamos que la relación entre Cataluña y España era la de unas sociedades maduras que habían sobrevivido a una cruel dictadura y una transición bienintencionada pero torpe y a la postre oxidada. Suponíamos que todos los problemas que pudieran surgir se solventarían vía el diálogo y el respeto mutuo. Pero no. En los últimos diez años hemos asistido a un teatro del absurdo bajo cuyo manto se han guarecido amenazas sin fundamento, cruces de insultos, demagogia de comedia bufa y situaciones surrealistas.

El "Espanya ens roba" soberanista se ha enfrentado al "o nosotros o el caos" pergeñado por Moncloa y sus corifeos mediáticos. No ha habido propuestas serias por ningún lado más allá de la descalificación y el ultimátum: corralito, rechazo de pago de deuda, intervención militar, expulsión de las instituciones europeas, declaración unilateral de independencia, Barça y Espanyol jugando la liga catalana... Ambas partes se consideran las más adecuadas a los tiempos, las más modernas y, cágate lorito, las más limpias cuando ambas nadan en mares de corrupción. Ninguna de las dos partes ha tendido puentes hacia la otra y nadie ha hablado de como serían en el marco de la separación o la unión la sanidad, el sistema educativo, el regimen impositivo... lo que, en definitiva, importa o debería importar a los ciudadanos. Estamos ante un matrimonio que no se puede soportar y que en lugar de plantearse las ventajas e inconvenientes de seguir juntos, darse un descansito o divorciarse, siguen tirándose los platos a la cabeza hasta el punto de que un cónyuge pretende cerrar la puerta con candado y el otro largarse llevándose a los niños, las cuentas bancarias y la cubertería de plata que les regalaron para la boda.

El estrambote adecuado para este cúmulo de despropósitos ha sido una campaña electoral ridícula y dantesca que será recordada no por propuestas y debates, sino por candidatos bailando temas de Queen, propuestas lampedusianas sobre la nacionalidad de los catalanes, intercambios de botifarras (no el embutido, lamentablemente) y mensajitos en lenguaje indio de mal western de serie B, ¡por Manitú!, presidentes de gobierno demostrando ignorancia supina, infantiles guerras de banderas, soberanistas acusando al estado central de sus males propios cuando ellos han estado gobernando en su propia tierra...

¿Se puede ir a votar a unas elecciones fundamentales tanto para Cataluña como para España, tomar una decisión de gran calibre, con plena racionalidad tras esta ceremonia continuada de dislates? No nos queda más remedio que volver a una inocencia digna de la Arcadia (que no el Arca) perdida, y esperar, pensar, desear que sí, que los ciudadanos tienen más cabeza que sus gobernantes. No hay más remedio que creer en que los catalanes van honestamente a votar lo que suponen que será lo mejor para ellos y que todos respetaremos su decisión. Al final solo queda confiar en que la salud democrática va por delante.

El día después será el comienzo del período más difícil. Si los soberanistas alcanzan una mayoría que legítimamente demuestre el deseo de independencia de los catalanes, tendrán que refrenar la tentación de la declaración unilateral y empezar el auténtico "procés", el de negociar con España y la comunidad internacional en qué condiciones va a llevarse a cabo la separación. Y si no se llega a esa mayoría significativa, desde Madrid ni debe ni puede llegar un sentimiento de triunfo ni de prepotencia. También habrá que negociar y hablar sobre en qué nuevas condiciones se va a engarzar Cataluña dentro de España, sabiendo que las cosas no pueden seguir como están.

No podemos volver a la Arcadia que vivimos, pero sí crear una nueva.

¡Salud!
(i també salut... i força!!)

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