Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 25 de junio de 2016

No es una salida: es una espantada.

Que la Unión Europea no ha resultado ser el paraíso terrenal que nos prometieron y en el que la mayoría creímos a pies juntillas es algo evidente. Nacida bajo los auspicios de ideas tan bonitas como que la libre circulación de personas y mercancías es garante de prosperidad o de que la fortaleza política e ideológica de conceptos como libertad y democracia solo es posible si todos trabajamos por ellas juntos y al mismo tiempo, la Unión se ha convertido en un corsé que nos estrangula a base de  limitaciones y recortes económicos y, lo que es más grave aún, recortes de libertades, que, para más inri, están siendo la base para el renacimiento del monstruo de los fascismos, que podrían arrastrarnos a modo de caída de castillo de naipes.


Ante este panorama, solo quedan dos soluciones. Por un lado, podríamos seguir aceptando que el punto de partida es bueno y es el camino correcto. Entonces, deberíamos mantener la idea de la Unión y volver a ese punto de partida. Regenerar la Unión Europea.

Por otro, está la posibilidad de abandonar el barco, conscientes de que las cosas no tienen arreglo y es hora de buscar esa prosperidad y libertad ansiadas fuera del marco de la Unión, buscando otras alianzas o en solitario si no queda más remedio.

Por todo esto, a uno le gustaría pensar que detrás de la salida del Reino Unido de la Unión Europea hay una protesta contra el estado actual de dicha Unión, una convicción firme de que esos problemas mencionados que tiene son insolubles y que los votantes que han optado por abandonarla honestamente creen que hay que buscar soluciones fuera de ella.

Pero no. No puedo pensar tal cosa. Detrás del denominado Brexit (y de otras iniciativas similares que tristemente empezarán a florecer en breve por toda la Unión) no hay ninguna convicción ideológica o democrática o una creencia, adquirida tras profunda reflexión, en que económicamente las cosas irán mejor fuera de la Unión. Lo que hay detrás de esta salida es un egoísmo radical y una xenofobia galopante alimentada por una derecha, y extrema derecha, que, faltas de proyectos convincentes, se han agarrado al clavo ardiendo de la decadencia de la Unión Europea para medrar políticamente e imponer sus peligrosas ideas.

La campaña del "Exit" ha sido un compendio de libro de todos los males que la extrema derecha ve en la democracia: el "peligro" de una inmigración que vendría a robar o privar a los "auténticos" habitantes del país de sus "legítimos" derechos como tales; el miedo a la llegada de individuos de otras religiones o razas que podrían cambiar la idiosincrasia de la nación, cuando no amenazarla directamente vía actos de terrorismo; la frustración porque decisiones que consideran que les afectan solo a ellos mismos sean tomadas fuera de sus fronteras.

Los británicos partidarios de la salida con los que he hablado estos últimos días no han expresado su insatisfacción con una Unión Europea que no ha cumplido las expectativas. Me han hablado de su miedo a las consecuencias de la inmigración o de su rabia porque ciertas decisiones políticas no se estén tomando en Londres sino en París, Berlín o Estrasburgo... o como me dijo uno de ellos con desprecio, "esos alemanes y franceses".

Porque ahí les duele, ¿verdad? Hay un porcentaje de británicos, no abrumadamente mayoritario pero, como se ha visto, lo suficientemente significativo, que todavía añoran esa gloria imperial victoriana donde eran ellos los que cortaban el bacalao y regían los destinos del mundo sin en realidad preocuparse demasiado por el mismo. Gente que no acepta que se puedan tomar decisiones que afectan a todo un continente en común y que quieren volver a esa arcadia autárquica en las que les fue tan bien sin tener en cuenta que en este mundo globalizado e interconectado las arcadias autárquicas son una reliquia del pasado...

Por todo ello, pienso que la decisión que han tomado los británicos no es la salida, sino la de la espantada. No les interesa plantear mejoras de la Unión, solo es la reacción airada y visceral, peligrosamente caprichosa de unos niños privados de un poder que una vez tuvieron y que no comprenden que es imposible volver a tener.

Lo único de lo que me congratulo es de que se haya hecho todo a través del muy legítimo derecho a decidir su futuro. Sin embargo, eso no quita que piense que han optado por la solución cobarde y fácil, sin ningún análisis profundo o reflexión. Si en principio pensamos que la Unión Europea era una buena idea porque creímos que unidos nos iría mejor, unidos debemos intentar forzar su regeneración o unidos abandonarla para crear una nueva alianza. La salida unilateral y egoísta no es la solución.

Por ello, el Brexit no es una salida, sino una espantada en toda regla, y lamentablemente siguiendo el juego al fascismo contra el que tan heróicamente lucharon hace 75 años.

¡Salud!

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