Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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martes, 6 de septiembre de 2011

La tercera dimensión está en el guión

Imagen originalmente en Xataka
Leo hace días este artículo en El País, en el que se habla de que la taquilla de las películas en 3D va decayendo e intenta analizar los motivos, centrándose en lo complejo del rodaje con los pesados equipos necesarios, la mala calidad de los efectos en películas bidimensionales reconvertidas a la tercera dimensión, el elevado precio de las entradas que iría echando atrás a los potenciales clientes... y cómo algunos ponen su esperanza en el sistema en el próximo estreno de nada más y nada menos que Martin Scorsese, que estaría ultimando una película concebida y rodada en tal sistema.

Lo curioso es que el artículo en cuestión menciona esto último casi de pasada y deja de lado que ahí está la solución no ya para el cine en 3D sino para el cine en general. Si hay confianza en Martin Scorsese no es por su dominio de una técnica concreta, sino porque se confía plenamente en su capacidad fabuladora, en su habilidad en saber contar bien una historia que pueda interesar a la gente.

Porque al final, en cualquier arte que se precie, la técnica debería estar sometida al contenido, cómo contar las cosas a lo que se cuenta, y no al revés.

Cuando uno era pequeño, ya había pelis en 3D. Y en Cinerama. Y en Sensurround. Se publicitaban filmes diciendo que eran rodados en Technicolor, o en Eastmancolor, o en Todd-AO. Incluso en Odorama. Al cliente potencial, el espectador, se le ponía el caramelo de que podría sentir la imagen, el movimiento, incluso los olores, como los  experimentaban los personajes de la película. Pero si lo experimentado por dichos personajes no interesa, ¿qué sentido tiene?

La primera vez que uno vio por televisión, en rutilante blanco y negro porque era lo único que había, la película "Los crímenes del museo de cera", con Vincent Price, la disfrutó por la emoción, por la trama, por la historia. Aunque había una escena que le parecía estúpida, que no acababa de entender: un charlatán de feria jugaba con una raqueta de madera y una pelota cara a la audiencia, nosotros, como si estuviéramos en la escena. Luego me acabé enterando, que ésa era una película rodada en 3D, y que ése era el momento clave, en el que el público del cine se divertía "viendo" como la pelotita de marras se movía entre ellos...


Ese embrionario 3D nacía, como nació el cine, como una atracción de feria, un juguetito del que nos podíamos cansar pronto si no se usaba para reforzar el argumento. Si la película de Vincent Price se mantiene en la historia del cine no es gracias al efecto tridimensional, sino a que es una de las películas clave del género del cine de terror.

Las cosas no han cambiado en sesenta años. Ahora el 3D, cuando está bien hecho, es ciertamente espectacular, y está lejos del rudimentario juguete con el que todo empezó. Pero por lo general ha sido espectacularmente aburrido, un reclamo con el que atraer a la clientela, para seducirla con un oropel vacio cuando la falta de ideas es alarmante. Tras el impacto inicial, el público va abandonando las salas 3D porque la vacuidad argumental no justifica un desembolso exagerado.

Cogiendo una frase de una saga de la que veremos su lavado a 3D el año que viene, no conviene "ofuscarse con el terror tecnológico." Si la historia, la trama, no interesa, no hay estereoscopia que la redima. Por mucho que estiremos la mano porque creamos estar rodeados de asteroides, o en medio de una explosión, o dentro de una manada de búfalos, u hombro con hombro con los protagonistas.

La auténtica tercera dimensión está en el guión de la película. El resto son adornos.

¡Salud!

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