Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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viernes, 18 de enero de 2013

La hostia a tiempo

Ya les imagino al cabo de la calle, y si no, aquí tienen información de primerísima mano al respecto. Resumiendo, anda el patio mediático de nuestra Españistán revuelto porque, afirma la prensa a modo de romanza de tenores huecos (gracias don Antonio Machado), un instituto de enseñanza media gijonés ha pedido permiso a los padres de sus alumnos para poder "corregir" malos comportamientos con "contacto físico" si fuera o fuese necesario.

Bullen los foros cibernéticos de opiniones iracundas y comprensivas, y entre los que apoyan la petición del centro educativo abundan los que, sin apoyar explícitamente el uso de la violencia, sí que entienden la necesidad "educativa" de la popular y legendaria "hostia a tiempo".

No voy a entrar al trapo de esa criminalización del profesor, al que tanto unos como otros, sin enterarse de nada, presuponen ansioso de atizar al alumno si las circunstancias lo exigen. En el enlace que les he propuesto, Milio Rodriguez Cueto lo explica sobradamente bien.

Sin embargo, sí me hace gracia, o algo similar, la recuperación de esa famosa, e infame, "hostia a tiempo".

Curiosa contradicción de muchos que dicen abominar de la violencia y sin embargo defienden que con una buena bofetada, azotaina o pescozón en el momento adecuado desaparecerán los problemas que en un futuro puedan crear jóvenes, adolescentes, preadolescentes, pre-preadolescentes y niños...

Debo admitir que uno mismo, en momentos de ofuscación, ha suspirado por ese santo grial de la educación... ah, una buena "hostia a tiempo"... Imagínense que hubiera constatación científicamente verificada de que con un bofetón, y uno solo, se pudiera conseguir que tu hijo o educando se convirtiera en ciudadano modelo, y de paso se acabara de una tacada con la guerra, el hambre, la injusticia, la explotación, los políticos corruptos, las dictaduras y demás males de este mundo. ¡Caramba, que solución tan fácil! Todos nos apuntaríamos a ella.

Al mismo tiempo, vaya agobio, ¿no? Porque ¿como saber el instante justo en el que se debe dar la hostia? ¿Y si la doy demasiado pronto o demasiado tarde? Y ¿qué me dicen de la intensidad? ¿Un pescozón suave pero firme o una buena torta que resuene fuerte? Y ¿dónde darla? ¿En la cara, a mano abierta, o en las nalgas, con el "beneficiario" de la corrección "educativa" sobre nuestras decimonónicas rodillas? El bofetón, ¿debe darse sin más, sin explicación alguna, o acompañado de una disertación con moraleja incluida? ¿Se debería dejar claro que no hay remordimiento alguno o acompañar el castigo físico de cierta compasión verbal, al estilo "me ha dolido más a mí que a ti"? Y si el niño no reacciona, ¿significa esto que ha pasado el momento y el chaval se ha perdido para la sociedad, o disponemos de una segunda (y tercera, y cuarta...) oportunidad?

Ya me imagino, en un paroxismo utópico, a ceñudos y sesudos científicos, psicólogos, sociólogos, psiquiatras y tertulianos (sobre todo tertulianos) analizando e investigando estas cuestiones. "Después de estudiar el caso de su hijo hemos llegado a la conclusión que la medida correctora física que le encauzará por el buen camino debe administrarse cuando cumpla los nueve años, en el salón de su casa, con el envés de su mano abierta sobre la mejilla derecha, dejando bien claro que es por su bien y que le quiere muchísimo. Sea preciso, porque si no cumple con estas condiciones estrictamente, habrá creado usted un maleante".

Hace ya mucho tiempo que los profesores hemos abandonado el castigo físico, afortunadamente, pero como padres, estoy seguro que la mayoría lo hemos empleado alguna vez, aunque solo sea el cachete iracundo e improvisado. Y quiero pensar que, progenitores sinvergüenzas aparte, todos nos hemos arrepentido en el momento en que cedimos a la tentación y hemos hecho propósito de enmienda. Incluso habrá quien haya pensado que ojalá ese momento haya sido el de la "hostia a tiempo"...

Porque, como dije por ahí arriba,  tal recurso no existe, es un grial inalcanzable, un objeto legendario. Algo de lo que se habla más en broma que en serio, como los bebedores que dicen querer alcanzar "el punto", ese momento mágico en el que el consumo etílico te lleva a la placidez bonachona y te das por satisfecho, cortando el consumo, o, y espero me perdonen la procacidad machista, esos "dos polvos sin sacarla" que ansía el macho de la especie humana desde el primer momento en que sabe, o cree que sabe, de sexo...

Así que a sus defensores  les pediría que se dejaran de buscar "la hostia a tiempo", que no lleva a ninguna parte. Siguiendo con la metáfora artúrica, todos sabemos que le pasó a Camelot y sus caballeros de la Tabla por andar perdiendo el tiempo buscando el Grial...

¡Salud!

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