Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 2 de febrero de 2013

La verdadera amenaza para la democracia

En uno de tantos extraordinarios diálogos de "El ala oeste de la Casa Blanca", dos asesores del presidente Bartlett discuten la situación creada por unos individuos armados que han cogido como rehenes en un edificio a unos ciudadanos. Uno es partidario de una acción firme y contundente, afirmando que gente así es la mayor amenaza para una democracia. A esto su interlocutora le contesta: "Al final no son los chiflados la mayor amenaza para la democracia. Como la Historia nos ha demostrado una y otra vez, la mayor amenaza para la democracia es el incontrolado poder del Estado sobre sus ciudadanos, que, por cierto, siempre se ejerce en nombre de la conservación."

 En el maremagnum que se ha desatado a raíz del enésimo supuesto caso de corrupción hecho público, no estaría de más reflexionar sobre estas palabras y leer Historia. Aprender de ella. Empezando por nuestros políticos y representantes y terminando por nosotros los ciudadanos. Porque entre aquellos, con su impunidad, y estos, con nuestra pasividad, acabaremos desguazando y asesinando el mejor de los sistemas de gobierno. O, si lo prefieren los ácratas y escépticos de turno, el menos malo.

No hace falta ir muy atrás. Sólo hay que observar el ascenso de Hitler en una Alemania azotada por una crisis económica mundial, con una clase media hundida, pequeños negocios cerrando en masa, el paro a niveles desconocidos hasta entonces, descenso acusado de la producción e indicios de una corrupción creciente de la clase política.

¿Les suena, verdad?

Poco a poco nos vamos desengañando, y nuestra clase política nos lleva no sólo a desconfiar de los implicados en delitos y presuntos delitos de corrupción, sino también de los que no lo están. Al modo de lo que está ocurriendo con el ciclismo profesional, la presunción de inocencia se convierte en presunción de culpabilidad. Campo abonado todo ello para dejar de creer en el sistema y encogerse de hombros resignadamente, dejando hacer a los que se aferran a sus poltronas y, todavía más grave, a movimientos extremistas dispuestos a ganar en las aguas revueltas de este río...

Se ha llegado a esta situación, como bien reflejaba Aaron Sorkin en su guión para la serie arriba mencionada,  porque los representantes que elegimos, a veces otorgándoles demasiada confianza, se convierten en la mayor amenaza para el sistema. Ya no es solo que pertrechados tras mayorías absolutas se crean con el derecho de gobernar a su antojo, pasando por encima de los programas electorales que les permitieron ser elegidos.

Lo que agrava aún más la situación es que se crean con la impunidad de disponer a capricho personal de dineros que no les pertenecen, de beneficiarse de prebendas por las que el ciudadano de a pie sería rápidamente condenado, de saltarse unas leyes que al final solo se aplican según a quién y en qué circunstancias... Amparados en la indeferencia de muchos, y en el nunca mejor dicho ciego apoyo de otros, creen que todo se les va a perdonar, que luego los votos, o la pasividad de los votantes, les darán nuevamente amparo.

Estamos ante un momento clave y difícil, con tres opciones: el derrumbe del sistema democrático, la perpetuación del mismo con gravísimos defectos o su renovación y limpieza para que en el futuro volvamos a beneficiarnos de él.

Dos de estas alternativas no son deseables, y de hecho una puede llevar tarde o temprano a la otra. Si no saben cuales, tenemos un problema, Houston.

¡Salud!

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