Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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domingo, 12 de mayo de 2013

Mi "landismo"

Con la muerte de Alfredo Landa arrecian los homenajes. Todos ellos merecidos, qué duda cabe. Y también los arranques de nostalgia. Estos, por no carentes de lógica, sin embargo son peligrosos. La añoranza de los tiempos pasados, cuando éramos más jóvenes, normalmente acaba por dar brillo, relumbrón más bien, a cosas que no son dignas del mismo.

Eso me pasa con el bueno de Alfredo. Ahora todo el mundo habla de cómo dio nombre a un género de películas bufas y toscas, valedoras de una generación que sufrió los estertores de la represión intelectual, sociológica y sexual que supuso el franquismo. Unas películas por las que, aparte del actor navarro, pasaron intérpretes de la categoría de José Sacristán, José Luis López Vázquez, Agustín González, José Sazatornil, Concha Velasco… Cómicos de valía indiscutible abocados, para ganarse la vida a aparecer en productos que a día de hoy la crítica, y gran parte del público, se cargaría sin piedad, pero que son hijos de su tiempo. En ese aspecto sociológico debería estar su verdadero, y único, valor.

Eso sí, retorciendo el proverbio original, algo tendrá cierta agua cuando la maldicen, porque a la primera oportunidad que tuvieron, ya fuera a través de los resquicios que pudiera dejar la censura, o, sobre todo, con la libertad paulatina que fue trayendo la muerte del dictador, todos estos grandes actores y actrices se embarcaron en proyectos de calidad incuestionable donde demostraron su auténtica talla.

Y mientras ellos lo hacían, la antorcha del cine reprimido y chusco pasaba a otros. Mi generación no vivió el landismo tradicional. Por edad no podíamos ver esas películas, y cuando pudimos, estábamos en otra onda. Si queríamos ver películas así, teníamos las de Andrés Pajares y Fernando Esteso, más permisivas en los kilos de carne mostrados y con lenguaje más patibulario y soez, o las vulgares producciones yanquis al estilo Porky’s

Alfredo Landa, pues, era para los de mi generación, una reliquia de otra época, incluso sin haberla visto demasiado. En mi caso, recuerdo haberle visto en la muy blanca Cateto a babor, y en una comedia graciosilla con Tony Leblanc y Concha Velasco, Los que tocan el piano; su papel secundario en El verdugo berlanguiano; uno de sus primeros trabajos, Ninette y un señor de Murcia. Ninguna imagen del español reprimido y prepotente que le encumbró, pues, y sí muchos, muchísimos indicios del gran actor que me acabaría deslumbrando. Pero no conocía más que por referencias y escenas sueltas a su personaje emblemático… (Atraco a las tres, su refulgente debut en una gran película, caería en mi zurrón mucho más tarde).

Mi “landismo”, por tanto, no empieza en los sesenta o setenta, sino mucho después, cuando a un postadolescente obnubilado por la novela negra, en 1981, le recomiendan una película de José Luis Garci, El Crack. Me atraía el tema, el ver como se podía hacer una serie negra en España, pero algo me echó atrás cuando me enteré de que el detective protagonista era interpretado por Alfredo Landa. Por supuesto, me imaginaba que no vería nada bufo, de aquella respetaba uno mucho a Garci y su cinefilia, y sabía que no permitiría ninguna burla del género… pero no me encajaba el actor. Me temía un reblandecimiento del canon.

Por suerte, hice caso a las recomendaciones, y con sólo los primeros minutos de la película, Alfredo Landa me ganó para su causa. Y luego vinieron más. Los santos inocentes, donde Landa muestra al “otro” español típico del franquismo con una interpretación portentosa. Y la inmensa El bosque animado, donde vis cómica y vis dramática se alternaban en otra actuación de muchos quilates.

Con este triunvirato de películas (y el addendum de la anterior El puente, de Bardem, que vería más tarde) se inauguró otro “landismo”, que para la gente de mi generación es el que cuenta realmente. Sin despreciar del todo el “otro”, claro está, pero que no significa nada para nosotros. Hasta su retirada, Landa ofreció durante más de 25 años una serie de trabajos dignos de lo mejor de la profesión de actor. En películas mejores y peores, sí, pero siempre repletas de saber hacer sin necesidad de caer en lo más vulgar.

Así que para mí, Landa es el de los años ochenta y posteriores. Con excepciones notables en sus trabajos precedentes, por supuesto, pero centrándonos en tres décadas de un ACTOR, así, con mayúsculas. Un “landismo” que echa un velo de niebla sobre el anterior, el de esa época más oscura. Porque díganme cuantos de ustedes, con la muerte de Alfredo, han sentido ganas de volver a ver El crack o Los santos inocentes, por ejemplo, o La vaquilla, o incluso alguno de los dramas folletinescos hechos en su etapa final, con Garci de nuevo, 
y cuantos se han interesado por volver a ver, o “estrenar”, pongamos, No desearás al vecino del quinto o Aunque la hormona se vista de seda.

Salvo que me sorprendan… por mucho talento y amor a la profesión que pudiera haber, y sin duda los hubo, en películas como estas últimas… no hay color.
Descansa en paz, Alfredo, genio…

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