Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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sábado, 11 de enero de 2014

El carnet y la tirita

Imagen originalmente en Diario de León
Ocurrió en León, en el puente sobre el río Bernesga a la altura de la estación de autobuses. Fue hace cuatro, o cinco, años, cuando aún no se nos habían venido encima los fantasmas de las crisis pasadas, presentes y futuras arrastrando su cadena de recortes de derechos, sueldo y prestaciones. Empezaba a nevar finamente: era un frío día de invierno, de esos en los que el aliento se convierte en un vaho que incluso puede cegarte los ojos (o, como es mi caso, empañarte las gafas).

Un anciano (o alguien que tal parece) con ropa vieja y raída y poblada barba desaliñada se me acerca y en voz ronca me dice "¿Me puedes dar algo?" Hay en su tono necesidad pero también dignidad. No muestra humillación. Me paro, echo mano a la cartera y le doy las pocas monedas que tengo. Calculo que en total no llega al euro. Me da las gracias con el mismo tono y sigue su camino.

Hago lo mismo, y a mitad del puente me para otro anciano, aunque por su porte y vestimenta, nuestro cochino lenguaje le describiría como "señor mayor". Viste traje con corbata y sombrero. Luce pulcro y aseado y ostenta un fino bigote. En un tono, este sí, desafiante me reprocha que le haya dado dinero al mendigo. Ahondando en un triste tópico, me comenta "Lo primero que hará es meterse en el bar y gastárselo en vino".

Todo el día estuve pensando en ello. Una de dos, o era público y notorio, o al menos conocido por nuestro pulcro caballero, que el mendigo era un alcohólico... o el caballero en cuestión era de esa clase de gente que no da limosnas porque piensa que hay mucha picaresca y que no todo el que pide lo necesita, o pide para sus necesidades más básicas.

Y pensé entonces en la canción de Serrat, aquella en la que un mayordomo anuncia a su rico señor que montones de pobres llaman a su puerta, y le pregunta "¿Quiere usted que llame a un guardia y que revise si tienen en regla sus papeles de pobre?"

  "Disculpe el señor", Joan Manuel Serrat letra y música (P) 2000 BMG Music Spain, S.A.

Acabáramos. Antes de dar una limosna a quien nos la pida, exijámosle el carnet de pobre, conveniente, legal y rigurosamente expedido No vaya a ser un borrachín, un vivalavirgen o un vago. A eso no hemos llegado aún, pero por lo pronto en Madrid el músico callejero debe estar aprobado por la autoridad pertinente...

Han pasado los años, y ya estamos metidos de patas en la crisis económica más destructora de la historia. Destructora de esperanzas, sueños, familias y vidas. Nuestras calles están sembradas de cada vez más mendigos que muchas veces miramos de lado y sorteamos como buenamente podemos, ya sea porque no queremos ayudarles, o inmersos en nuestros propios problemas somos conscientes de que es imposible asistir a todos... o porque, como aquel pulcro caballero leonés, puede que pensemos que no todo el monte es orégano. Eso sí, no nos preocupemos, que esas autoridades que tanto velan por nosotros ya se encargan de sacar adelante ordenanzas para que no molesten demasiado...

Para nuestra vergüenza, a veces olvidamos que hay que echarle muchos redaños para pedir. Que la inmensa mayoría de los mendigos actuales han llegado a esa situación porque no les ha quedado más remedio. Sin comerlo ni beberlo. Y, como para aquel viejo de aquella extraordinaria historieta de Carlos Giménez, dudando entre la vergüenza y la desesperación antes de recurrir a la mendicidad, no es plato de su gusto. Vivir de la caridad ajena no es plato del gusto de nadie, de hecho.
Carlos Giménez, "Rambla arriba, Rambla abajo" © Glenat-EDT
Así estamos, pues, con el dolor de ver nuestras ciudades llenas de desheredados. No de la fortuna, sino de la incompetencia y de la desmesurada ambición de otros a los que la crisis, si les ha tocado, solo lo ha hecho de ladito. Y los cada vez menos que aún podemos salir, más mal que bien, adelante, con la tristeza e impotencia de poder hacer bien poco. Excepto, quizás, ponernos tiritas en el alma.

Aquí les remito a otra historieta, en la cual Mafalda, compungida tras ver como una señora rica da limosna, con un atisbo de desprecio, a unos niños pobres, coge una tirita del botiquín y se pregunta cómo se la puede pegar en el alma. Porque la verdad es que hay en el componente de dar limosna cierto punto de egoismo. Tenemos una herida profunda en el alma, y por un breve momento nos sentimos bien. No renunciamos a gran cosa ni hacemos un sacrificio enorme, pero nos hemos puesto la tirita.

Joaquin Salvador Lavado "Quino", "Todo Mafalda" © Editorial Lumen

Pues bienvenida sea. Hagámonos esa cura  todos los días. Es poco más que nada, pero muchos pocos ya son algo. Mientras podamos. Y no sólo por esa egoista tirita en el alma. Y sin ninguna duda sobra la "legitimidad" de quien nos pide. En el mundo traidor que nos ha tocado vivir, la solidaridad es lo único que nos queda.

Porque si esperamos ayudas institucionales... sigamos esperando.

¡Salud!

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