Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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viernes, 20 de junio de 2014

Es solo un juego

Foto © Fifa. Originalmente en Excelsio
Si alguien quiere la prueba de que el fútbol es simple y llanamente un juego, de importancia mínima en las vidas de los ciudadanos, y exageradamente elevado y magnificado en razón de vaya usted a saber qué intereses, que se fije en la reacción de una gran parte de los aficionados ante el fracaso: ira y decepción irracional, incapacidad de análisis lógico y negación de lo conseguido anteriormente. En resumen, infantilismo puro y duro, como el de quien acaba de perder una partida al parchís o el de que le acaban de negar un capricho.

Llevo años diciendo que la inversión económica, social y emocional en el fútbol es desmesurada teniendo en cuenta los réditos que produce. No me sumaré a los coros desafinados que desde un pedestal de falsa superioridad moral hablan del nuevo "opio del pueblo", algo que considero falso, o, muchas veces sin conocer la raíz de la expresión, del "pan y circo". Soy consciente, y sería hipócrita si lo negara, que es una forma tan válida como cualquier otra de desconectar brevemente de la realidad, de emplear nuestro tiempo de ocio.

Sin embargo, sí que creo que las alegrías y tristezas derivadas de la afición al fútbol deben ser y de hecho son pasajeras y no dejan ninguna consecuencia más allá de los días posteriores a las mismas. Que la vida del aficionado no cambia sustancialmente porque su equipo gane o pierda. Que el placer que da la forma de entretenimiento llamada fútbol puede ser intensa, sí, pero que es breve, puede que hasta orgásmica, y no deja la huella que dejan otras formas de entretenimiento más constructivas como puedan ser la lectura, la música o el cine, por ejemplo.

Demasiados aficionados ahora están rabiados. Incapaces de raciocinio. Tampoco eran razonables, por su euforia, cuando las cosas iban bien, que conste. Entonces lo importante para ellos era el haber ganado, no la manera de hacerlo. Las reglas del aficionado del fútbol no son las mismas que las del aficionado a otras formas de entretenimiento. Normalmente, si una película o una novela no te entretiene, te da igual el destino de los personajes, porque no has llegado a identificarte con ellos. En el aficionado al fútbol, da igual el que un partido haya sido aburrido  si al final han ganado los tuyos. Pero si son "los otros" los que ganan de forma aburrida y ramplona, entonces sí que lo criticas. Vayan a los foros de internet, y no necesariamente solo los más forofos, y lo verán.

El aficionado medio al fútbol necesita su dosis de pasión, sea positiva o negativa, y si se ensalzan de forma exagerada los triunfos, también se magnifican las derrotas. O echas la culpa a factores externos (el árbitro, conspiraciones estatales o mundiales de opereta) o los que eran tus héroes se convierten en villanos. Poco análisis de circunstancias tan normales como el paso del tiempo o, más sencillamente, que el otro equipo haya sido mejor. Se cae en un pueril maniqueismo, en una búsqueda del "malo de la película". Y si no pueden serlo otros, que lo sean los nuestros.

Es evidente que se han hecho las cosas muy mal en la selección española. Se ha llevado a algunos jugadores cansados, otros sin participación regular en su equipo de origen, a otros recién salidos de lesiones. En algunos casos no ha habido el valor de soltar lastre y se ha confiado en deportistas más por sus méritos pasados que por sus condiciones presentes. Hay sospechas fundadas de desmotivación, de conformismo con lo ya conseguido. Todo eso es cierto o al menos razonablemente lógico, pero en nuestra infantil euforia e ilusión, no lo vimos antes. Y ya estaba ahí.

Ahora que el "desastre" se ha consumado, estamos rabiados. Y arremetemos contra los protagonistas que nos han privado del chupete del triunfo, del breve y pasional estallido de alegría que esperábamos al final. Nada del otro jueves, por un lado, está en las condiciones no escritas de las elevadas remuneraciones del futbolista de élite. Pero por otro, muchos, con caracter retroactivo, empiezan a negar la mayor, a olvidarse de los buenos momentos pasados.

"A mí nunca me gustó el tiqui-taca", "España tuvo suerte y se le acabó", "España fue un campeón ramplón"... Comentarios de este tipo abundan en las redes. La ingratitud del niño mimado que se ha quedado sin juguete. La mediocridad del presente hace que muchos olviden, consciente o inconscientemente, los méritos pasados. Porque en este juego infantil llamado fútbol parece que solo cuenta lo que vives ahora. Y es cierto. Eres tan bueno como lo último que has logrado. No hay que dormirse en los laureles. Pero eso no debe implicar que si eres malo ahora lo conseguido antes quede desvirtuado.

Así que tanto a los amantes, entre los que me incluyo, como a los enemigos del fútbol se les debería recordar que es solo un maldito juego. Tiene su derecho a existir y no debe ser menospreciado como manera de pasar el tiempo libre. Pero tampoco debe ser magnificado ni presentado como bálsamo de Fierabrás para nuestros dolores. Creo que el mayor problema del fútbol ahora no es que sea el circo que disimula la falta de pan. Se diga lo que se diga, no lo es. La gente no es tan tonta como algunos pretenden.

No, el mayor problema del fútbol es que hay demasiada inversión emocional, social, y, sobre todo, económica para lo que acaba ofreciendo. En lugar de despreciarlo, y no digamos eliminarlo, habría que limpiarlo de la mala hierba que le rodea. Quitarle privilegios inmerecidos y poner el énfasis en lo que realmente es: un deporte devenido espectáculo y entretenimiento que permite relajarse durante breves momentos.

Un juego, un maldito juego. Ni más ni menos.

¡Salud!

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