Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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miércoles, 13 de agosto de 2014

En pelotas por Central Park cantándole a Nueva York

No sé si es verdad lo de que cuando te mueres toda tu vida pasa ante tus ojos, ni prisa que tengo por saberlo, pero sí sé  que cuando se muere alguien que aprecias, personalmente o no, te pones a recordar los buenos momentos vividos con esa persona. Así que se muere Robin Williams, con quien tantos buenos ratos pasaste, desde el extraterrestre pasado de vueltas hasta el fotógrafo psicópata, desde las risas explosivas hasta los escalofríos de inquietud, y te haces tu propio pot-pourri de recuerdos.

Para sorpresa de uno, no te detienes demasiado en el profesor de la ñoña y tramposa El club de los poetas muertos, donde lo mejor es... Robin Williams. Como toda estrella de cine que se precie, Williams fagocitó la mayoría de las películas por las que se le recuerda. No todas ellas son buenas películas ni mucho menos, pero tienen a un excelente Robin Williams; aplíquese lo mismo a Hook, o El mundo según Garp, Más allá de los sueños, Sra. Doubtfire o incluso la insufrible Toys. Son películas rescatadas de la ñoñería, aburrimiento, extravagancia o absurdo por un actor extraordinario.

Así que aunque uno disfrutó de esas películas gracias al talento del actor, no son las que me quedan impresas en la memoria en estos momentos. En la onda de figura paternal a lo profesor Keating, prefiero al psicólogo de El indomable Will Hunting, mucho más pié a tierra y cercano a los problemas reales de su tutelado, o el doctor enfrentado a una enfermedad incurable de Despertares. Como comediante, al inolvidable disc-jockey que pretende domesticar la guerra para ser finalmente derrotado por ella en Buenos días Vietnam. Si me apuran, hasta me encantó en su faceta de niño metido en cuerpo de adulto en Jumanji, donde dentro de la trepidante aventura tiene tiempo para aportar matices de desvalidez e ingenuidad plenamente creíbles.

Y al final, por encima de todas ellas, me quedo con el vagabundo Parry de El rey pescador. En esta película combina las dos facetas por las que más se le recuerda: por un lado, la de comediante, reflejada en los desvaríos del quijotesco sin techo persiguiendo un falso objeto ilusorio, ese Santo Grial que acabará abduciendo a su Sancho Panza particular, el Jack interpretado por un soberbio Jeff Bridges.  Por otro lado, está su aspecto más comedido y trágico, el del profesor al que una tragedia personal aparta del mundo real y que, dentro de su locura, es capaz de superar su timidez y miedos para volver a amar.

Es El rey pescador mucho más que una película de Robin Williams, y esto hace que quede impregnada en la memoria. Tiene momentos de finos diálogos a lo Woody Allen, como los intercambios entre Jack y su novia, o entre Parry y su chica, y también de sencilla grandeza cinematográfica, como las sucesivas apariciones del Caballero Rojo, o el vals en la Estación Central y, cómo no, esa repetida canción, leit-motiv jubiloso, el How About You, que culmina con los dos protagonistas en pelotas mirando las estrellas en la noche de un Central Park, que, a pesar de lo que cantaba Garfunkel, dista mucho en ese momento de ser el lugar "donde dicen que no debes errar al caer la oscuridad" y te invita a musitar aquello de "I like New York in June, how about you? / I like a Gerhwinin tune, how about you?".

En la cinta de Terry Gilliam encuentro, pues, todos los motivos para recordar con cariño a Robin Williams, que no se limita a ennoblecer la película, sino que se integra plenamente en un reparto perfecto, un guión milimétricamente engarzado y una realización ágil. Cuando alguna vez vaya a Nueva York, haré mi particular homenaje al actor cantándole a la ciudad en Central Park. ¿En pelotas? No creo que me atreva, pero... ese sí que sería un tributo en toda regla a un comediante que alcanzó su techo buscando el Santo Grial dentro de una gran manzana. Una pena que en la vida real no lo encontrara.

Pero a nosotros nos lo puso muy cerca. Descanse en paz.

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