Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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lunes, 5 de enero de 2015

2015: Entre la certeza y la duda

O entre la espada y la pared. O entre el miedo a lo conocido y el miedo a lo desconocido. Escojan ustedes, porque estos son los escenarios que vamos a vivir este año electoral español, donde de repente todo parece ir bien por lo menos hasta noviembre, cuando acabarán los fastos de esta descafeinada fiesta de la democracia en la que se ha acabado convirtiendo la en su momento prometedora Transición.

No sé ustedes, pero a veces uno se siente como The Sundance Kid, al borde de un precipicio junto a su compinche Butch Cassidy, atrapado por sus enemigos, abocado a saltar al río que se adivina al fondo del abismo, pero con miedo de hacerlo porque no sé nadar, ignorando que la propia caída me podría matar antes.

Esa es la cuestión. O intentamos escapar dando un salto de fe en el que nos podemos matar,  o nos quedamos donde estamos para que nos maten de todos modos.

¿Qué pasará? A estas alturas no lo tengo claro. No sé cual de los dos miedos va a prevalecer, si el miedo a lo conocido o el miedo a lo desconocido. En mis momentos más pesimistas y escépticos, creo que al final va a poder más el atávico sentimiento de quedarse con lo poco que  nos han dejado por miedo a perderlo también. En mis momentos más ilusionados, me fascina la idea de un cambio.

Sea lo que sea, nos movemos este año entre la certeza de que, de seguir las cosas como están, acabaremos siendo un país mediocre, empobrecido y sin esperanzas y la duda de otorgar el poder a rostros nuevos de las que solo sabemos lo que ellos mismos nos quieren decir y lo que sus enemigos dicen al respecto.

Los protagonistas de esta dicotomía lo saben, y han conseguido coincidir en algo: vilipendia al rival y conseguirás votos. Sin embargo, la diferencia entre los argumentos empleados está en que los aspirantes lo tienen muy fácil para desacreditar a su oponente. Solo tienen que mencionar y repetir hasta la saciedad el desastre económico y social en el que estamos, bien salpimentado con los casos de corrupción que todos conocemos.

Por otro lado, a los actuales detentores del título solo les queda elucubrar sobre un futuro de ciencia ficción distópica, asustar al electorado sobre hipotéticos infiernos a los que nos pueden llevar veleidades de cambio. El problema que tienen es, para empezar, que no se ponen de acuerdo sobre con qué asustarnos. Tan pronto dicen unos que la nueva formación política recuerda a la muy poco democrática Falange como añaden otros que el monstruo de un estalinismo bolivariano acecha a la vuelta de la esquina.

Y si se dedican a desprestigiar a su contendiente acusándoles de reales o ficticios casos de corrupción o poca limpieza democrática, corren el riesgo de que alguien les recuerde que si eso es criticable (qué lo es, naturalmente), ellos han cometido ese pecado con premeditación, alevosía y continuidad.

Así estamos. Entre, como diría Quino, un presente impresentable y un futuro desconocido. Más allá de siglas o nombres rimbombantes, más allá de programas electorales que, como algunos de ellos han reconocido sin vergüenza alguna, no dejan de ser declaraciones de intenciones, los españoles decidiremos este año entre el "cambiemos, total peor no se puede estar" o el "virgencita, que me quede como estoy".

Eso sí, algunos ilusos aún pensamos que algún día votaremos a alguien, y no en contra de alguien.

¡Salud!

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