Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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lunes, 20 de julio de 2015

Semana Negra: la fiesta como excusa, excusa para la fiesta

Vaya por delante que este año no he podido ir a la Semana Negra, y que lo he echado mucho de menos. He añorado los coloquios literarios, las presentaciones de novedades, la compra y firma de libros, las exposiciones fotográficas y de comic, el libro de regalo y la atmósfera reivindicativa. Pero que quede claro que también he echado de menos el ambiente de mercadillo, el olor a fritanga, el picotear algo, el concierto, la copita nocturna y, por qué no, el ruido atronador de las atracciones feriales y su música a volumen apabullante.

Esta mezcolanza de lo cultural, lo popular y, por qué no decirlo, lo populachero, es lo que da unas señas de identidad propias a este acontecimiento del verano gijonés, y que lo aleja de otras convocatorias más manidas, y, hablando claro, aburridas. Recuerdo que hace años volvía a casa después de casi cinco horas con una bolsa cargada de libros, cinco horas en las que había asistido al coloquio sobre un autor que no conocía y del que me acabé comprando un libro que me firmó, visto una exposición fotográfica sobre el Sahara, comprado un cinturón e ido con unos amigos a una cena basada en pulpo con cachelos y regada por varias jarras de sangría de sidra, culminando con un concierto de un grupo folk al que escuché mientras me tomaba una caipirinha... ¡y además volví a casa con un fedora muy gangsteriano regalo del chiringuito que aún guardo! Una tarde-noche así, que yo sepa, solo es posible en la Semana Negra.

Este año, decía, no he podido ir, y bien que lo siento. He seguido atentamente por la prensa y, sobre todo, las redes sociales, el devenir semanero, y observado que la cosa sigue igual... o casi. Porque vuelven las sombras y las críticas.

La Semana Negra siempre ha tenido detractores, muchas veces con motivos más o menos justificados basados en el ruido producido por un festejo de este calibre; siempre se ha dicho también que estas quejas, aunque comprensibles, no son suficientes para poner en solfa un acontecimiento así, ya que toda fiesta que acabe clavando sus raíces en la noche traerá consigo esa molestia. La Semana ha ido variando su emplazamiento buscando el menor daño posible a este respecto.

Otras veces las quejas han sido pueriles y teñidas de rivalidades políticas o e incluso personales. Ha habido acusaciones de lucro personal que no han llegado a demostrarse fehacientemente, quejas de que era un evento claramente orientado ideológicamente...

Sin embargo, este año es diferente. Las quejas vienen de lamentables sucesos en las noches de la Semana, con borracheras, peleas e incluso heridos de gravedad. Nada nuevo, por otra parte, porque celebraciones de este tipo, por desgracia, pueden traer consigo estos lodos. Lo que llama la atención es que dichas críticas no vienen solo de rivales ideológicos buscando cualquier motivo para cargarse el evento sino también de personas que la han apoyado y que incluso han trabajado o trabajan en ella.
Se habla de que la organización no pone los medios suficientes de seguridad, explota a trabajadores implicados en la misma, y de que las instituciones, en concreto el ayuntamiento, tampoco colabora con la presencia necesaria de agentes. Todo ello conforma un lado oscuro e inesperado.

 Viendo las cosas desde fuera este año, me pregunto si la Semana Negra no está empezando a ser víctima de su gigantismo, de un empeño de querer abarcar todo cuando los medios, como la propia organización dice, son cada vez menores. Cuando alardeas, y con toda la razón del mundo, de un millón de visitantes, eres responsable de una masa humana que abarrota las calles del recinto hay que poner los medios para que nada se salga de madre.

La alternativa, la asquerosa alternativa, es que la Semana se convierta en algo similar a unos San Fermines o Fiesta de las Piraguas, donde de lo que menos se hable sea del acontecimiento cultural o deportivo y más de los desmanes asociados a un evento masificado hasta niveles insoportables. La Semana Negra no debe convertirse en un botellón continuo que ahogue las intenciones originales del evento.

No soy partidario de una "reformulación" o "reinvención" de la Semana, no me parece, como se ha dicho, que la organización deba reconsiderar las prioridades del acontecimiento. Insisto en que lo que hace especial a la Semana Negra es esa mezcla equilibrada de fritanga, vida noctámbula, música, mercadeo, reivindicación y cultura. Así debe seguir. La fiesta debe continuar siendo excusa para la cultura, y la cultura excusa para la fiesta. A partes iguales. Si el problema es que empieza a haber un desequilibrio, bastará con corregirlo. Y si para ello hay que aumentar la seguridad, dotarla de mejores medios e incluso replantearse los horarios, sea.

Son ya casi treinta años de un evento del que se habla, y muy bien, en todo el mundo, y habrá que poner todos los medios posibles para que dure, y nadie acabe destruyéndolo... o acabe autodestruyéndose.

¡Salud!

1 comentario:

Mayody dijo...

yYo sí que lo he he echado de menos ... Me ha gustado mucho tu comentario con cuatro palabras.