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The Wolf of Wall Street, © 2013 Red Granite Pictures, Paramount Pictures |
En la primera escena, en una gran sala abarrotada de hombres (y alguna mujer) elegantemente vestidos en mangas de camisa, todos histéricamente posesos, gritando y gesticulando, unos pocos de ellos practican un juego de dardos... arrojando a enanos contra una gran diana. Al mismo tiempo, una voz en off alardea de haber ganado ese año 49 millones de dólares... aunque acaba afirmando que eso le jode porque se quedó a tres de poder decir que había ganado un millón a la semana.
La máxima cinematográfica, que he visto atribuida a gente como Hitchcock o Cecil B. DeMille, de que una película debe empezar con una explosión y a partir de ahí subir la tensión, es aquí aplicada en toda su gloria. Tras este impactante comienzo, el listón de la película sube in crescendo. Cada escena deja en mantillas a la anterior, ante los atónitos ojos de unos espectadores que no se pueden creer ya no que lo que se cuenta haya podido ser real... sino sencillamente de que tenga lógica, de que puedan reírse ante una sucesión de tomas a cada cual más abracadabrante, ante un ritmo vertiginoso que no se detiene durante dos horas y media de las tres que dura la película.
Scorsese, junto a su guionista Terrence Winter, consigue que esa sarta de impresentables capitalistas vividores y timadores, gente que en la vida real aparece en la prensa como corruptos ladrones, y que por ello goza de nuestro desprecio, sin embargo acaba cayendo simpática. Envidiamos su vida de vencedores nadando en la opulencia. No tenemos piedad por sus víctimas, porque a fin de cuentas, como en el timo de la estampita, también quieren hacerse con un dinero que no les corresponde. Toda la película es una crítica demoledora del capitalismo más hueco y destructivo, pero no lo advertimos hasta esa media hora final en la que el ritmo decae, pero no por defecto de la película sino porque la historia lo exige, cuando el castillo de naipes se derriba sin estrépito pero con contundencia y llega la lección moral. Los excesos se pagan.
Estamos ante un espectáculo visual de frenéticos y ampulosos movimientos de cámara, una banda sonora potente, un festival de gestos e histrionismo.... que le va como anillo al dedo a lo contado. Pero eso no quiere decir que no haya momentos pausados para la reflexión. La escena donde Mark Hanna (breve pero soberbio papel de Matthew McConaughey) instruye al todavia novato corredor de bolsa Belfort (a DiCaprio lo dejamos para un poquito más abajo) es la declaración de principios de la película, en un diálogo muy similar al que mantuvo otro mentor económico en otra película de temática similar, el Gordon Gekko interpretado por Michael Douglas en Wall Street, donde éste, con chulesca contención, anuncia a su pupilo Bud Fox (Charlie Sheen) como se puede vivir muy bien de no crear nada.
Otro prodigio de contención sería la escena a borde del yate de Belfort, donde éste recibe a los agentes del FBI que le están investigando. Destacan los dobles sentidos en los diálogos, el enfrentamiento pausado entre el criminal y su némesis (en otra buena interpretación, a cargo de Kyle Chandler) en una escena de tensión creciente hasta el estallido final de DiCaprio.
¿Y la impagable escena donde los cuatro mandamases de la compañía discute con calma las ventajas y desventajas... del juego con enanos con el que comienza la película? Soberbia contención tratando lo surrealista...
Frente a la contención, la desmesura, encarnada en el personaje interpretado por Jonah Hill, el segundo de a bordo en la compañía y confidente de Belfort, otro gran descubrimiento... y, sobre todo, Leonardo DiCaprio, que da todo un festival de histrionismo rondando la sobreactuación... y sabiamente evitándola. Si alguien dudaba que el bueno de Leo era un actorazo con todos los honores, que sepa que aquí el antaño ídolo juvenil pasto de carpetas de adolescentes se gradúa cum laude.
Y todo ello adherezado con sexo, drogas y rock and roll (o algo parecido). Las dos primeras son las muescas que marcan el éxito para esta pandilla de ladrones vestidos de etiqueta... y sobre la banda sonora, ya hemos dicho que complementa con fuerza y potencia las escenas de la película.
No sé si es la mejor película de Scorsese, detentor de una carrera llena de obras maestras, pero sí que es, ya en su dorado camino hacia el final de la misma, todo un compendio de su saber fílmico. Un guión modélico, unas interpretaciones extraordinarias, un ritmo endemoniado, una crítica feroz e implacable de uno de los grandes males (sino el más grande) de nuestro tiempo... todo ello hace de El lobo de Wall Street una de las mejores películas de este siglo XXI que nos ha tocado sufrir.
¡Salud!
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