Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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viernes, 7 de noviembre de 2014

El sondeo electoral puede más que la sonda espacial

La nave espacial Rosetta está a punto, es cosa ya de días, de hacer aterrizar una sonda sobre la superficie de uno de los cometas que de vez en cuando se dan un paseo por nuestro sistema solar. Me gustaría que tomaran aliento, reflexionaran y valoraran la grandeza del momento. Un artefacto fabricado por el ser humano (aunque a veces sea para dudarlo, ese somos nosotros) va a posarse sobre un astro que se mueve cuarenta veces más rápido que una bala, que gira sobre si mismo y que recibirá a la sonda con emanaciones de gas, desprendimiento de rocas y una capa de polvo de varios metros. Todo ello para intentar aprender algo más sobre nosotros mismos y nuestro lugar en el Cosmos. Ahí queda eso.

Y sin embargo, al menos hasta ahora, en el mejor de los casos la noticia, que debería henchirnos de orgullo, queda relegada a los cinco minutos finales de un telediario y a las oscuras y no leídas páginas de los suplementos científicos de la prensa. Sí, a esas páginas que nos saltamos con el mismo fosburyano estilo, dándoles la espalda, con que nos saltamos las páginas económicas y las culturales, en un vuelo sin motor de las noticias políticas a las deportivas o los cotilleos, que es lo que mola y realmente nos interesa.

A lo peor es que nuestro sentido de la maravilla está obnubilado por años de megaéxitos cinematográficos ("¿Una sonda no tripulada? Amos anda, qué decepción, que ya hemos visto hacerlo a Ben Affleck y Bruce Willis en Armageddon. Y encima salvaron la Tierra."). O puede que patéticamente nos interesen más otro tipo de astros ("Sí, vale, pero Messi y Cristiano Ronaldo van a batir el record de goles de Raúl.").

Y a lo peor todavía, puede que nuestro sentido de la maravilla esté anquilosado porque bastante tenemos con la supervivencia al quehacer diario, con las facturas, la cola del paro, el nuevo medicamento que hay que pagar (y antes no), el miedo al ébola, el niño que tiene goteras en el aula de su cole (público) porque no llega el presupuesto, el sinvergüenza de político que se queda con nuestros cuartos, los sondeos electorales que, hasta que no llegue el momento de la verdad del voto, no hacen más que vender humo o los nacionalismos berreantes de toda índole que intentan colarnos que lo más importante en la vida es pasarse horas discutiendo sobre a qué Estado quieres pertenecer.

Paseó el ser humano (que sí, que sí, que esos somos nosotros, de veras) por la luna, esa enorme piedra oscura, vacía y fría tan cerquita de nosotros y a los que vivieron en directo la retransmisión de unas imágenes distorsionadas en un aburrido blanco y negro, todavía les hacen los ojos chiribitas y recuerdan la emoción que sintieron, esa sensación de que algo transcendental había ocurrido, de que habíamos roto una frontera que podría ser la que nos llevara "audazmente a donde nadie había llegado antes".

Y ahora estamos en el umbral de una nueva frontera, un nuevo paso en ese camino, y no nos llama tanto la atención. Sí, ya sé que no es reprochable porque nuestra atención está en otro sitio más mundano, urgente e imperfecto. Pero, no me lo negarán, es triste. Y es triste que, para escapar a esa mediocre realidad, nos enorgullezcamos de que un grupo de millonarios ganen una competición deportiva en lugar de, aunque sea por un breve momento, arrebujarse bajo la manta del orgullo de saber qué hay algo más allá de los confines de nuestro penoso y maltratado mundo, y de que con mucho esfuerzo, dedicación y trabajo, ese más allá puede estar al alcance de nuestras manos.

Pero no. El sondeo electoral, además de otras cosas, algunas de ellas incluso más irrelevantes, puede más que la sonda espacial. Patético.

Pues miren, me niego. En un acto de rebeldía quizás igualmente patético e irrelevante, les propongo que este fin de semana, cuando queramos escaparnos de la sucia realidad que nos enturbia la vida, en lugar de hablar de independencias, sondeos, encuestas, corruptelas o el último gol de la estrellita de turno, hablemos de ese momento maravilloso en el que un artefacto producto de la ciencia humana (que te lo digo de verdad, caramba, que es la nuestra) va a posarse sobre un menudo fragmento del universo que nos ha creado. Seguro que nos sentiremos mejor, aunque sea por un breve momento.

¡Salud!

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