Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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lunes, 8 de agosto de 2011

Lecturas de otros veranos: El asesinato de Rogelio Ackroyd


La nostalgia te hace ver las cosas con más cariño, sin un espíritu crítico mínimo o sin la capacidad de admitir que las cosas, los recuerdos, igual que las personas, pueden envejecer adaptándose a los nuevos tiempos... o no. Así que el año pasado, tras ver una espantosa adaptación de The Murder of Roger Ackroyd en la por otro lado normalmente buena serie Poirot, me decido a leer en una tarde la novela de Agatha Christie que tantos buenos momentos me dio cuando era nano... para ver si es tan mala como lo que acabo de ver y mis recuerdos me están engañando...


La conclusión fue que el relato de Dame Agatha mantiene toda su fuerza, aunque el lector adulto que ya es uno hace tiempo que es consciente de que Mrs Christie es un fenómeno de ventas más que un fenómeno literario. Sus novelas y relatos cortos suelen adolecer de unas tramas resueltas torpemente, unos personajes estereotipados hasta el hartazgo, unos diálogos torpes, deslabazados y poco creíbles, una ambientación arquetípicamente repugnante... Caramba, si todo esto es malo, ¿por qué mantiene ese poder de fascinación tras años y años de vigencia?

Pues porque Agatha Christie tiene el inmenso mérito de proponer al lector un sudoku avant la lettre, un crucigrama o un acertijo digno de la mejor revista de pasatiempos... y sin que aquel se entere hasta el final. Como lectores, no nos interesa nada de la historia o de la trama de los personajes, pero... queremos saber quién es el criminal. Al revés de la novela detectivesca yanqui clásica, o la que llaman hardboiled, donde lo que menos importa es quién, y lo que más la descripción de ambientes y personajes.

Christie despoja de personalidad a sus personajes, y los convierte en meras incógnitas de una gigantesca ecuación, y reta al lector a ver si es capaz de resolverla, y el mérito mayor de la escritora es el que, en la mayoría de los casos, cuando terminamos la lectura, nos hemos tragado el desenlace, lo hayamos adivinado o no, y nos creamos a pies juntillas que todo encaja... aunque es posible que relecturas detalladas y profundas harían venirse abajo el castillo de naipes construido por la autora.

Este manejo maquiavélico del típico whodunnit británico tiene su mejor exponente en esta obra de Agatha Christie, donde la historia, vulgar y repetitiva, queda redimida por un desenlace de muchos fuegos artificiales, sorprendente en su monotonía, simple en su complicación. Hemos vuelto a picar, hemos jugado y habremos ganado o perdido, pero sea como sea, habremos caído en las arenas movedizas a donde nos han llevado los oscuros recovecos de la mente de una señora que mientras acompañaba a su segundo marido por excavaciones arqueológicas variadas nos preparaba a sus víctimas unas historias que encerraban un enigma dentro de un dilema dentro de un acertijo dentro de un misterio...

Y nosotros, tontolabas agradecidos, repetíamos hasta la saciedad.

¡Salud!

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