Farmacia de Alonso Luengo, en León. Foto de Jordiasturies.

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lunes, 22 de agosto de 2011

Una pública conversación privada

Foto encontrada en blog Sorpréndete cada día

"Hola... ¿Qué tal estáis? ... Sí... Estoy en el tren camino a León... Sí... Uff, chica, no te lo puedes imaginar... 35 grados a las sombra teníamos... No sé como la gente lo aguanta... Con lo bien que estamos ahí en el norte, tan fresquitos... No... Cayó una pequeña tormenta, pero nada más... Ya te digo... Pues sí...
Oye, estuve ayer en Saldaña, para ver a la tía Purificación... Qué va, hija, esta aún peor... Sí... Quién la ha visto y quién la ve... Qué va, no conoce a nadie... Sí, esta enfermedad es terrible... y pensar que nos puede tocar a cualquiera... Ya... Tendrías que verle las piernas... como alambres, lo que yo te diga... Ay... No somos nadie... Que Dios la ayude, porque los demás poco podemos hacer ya... Sí, resignación... pero lo que tiene que aguantar la familia, no se lo deseo a nadie... Bueno... ¿Cuando nos vemos?... No sé, tengo tanto que hacer... yo haré todo lo que esté de mi mano... sí, tengo muchas ganas de veros... os volveré a llamar... ya sabes,  yo siempre hago todo lo que esté de mi mano... Seguro que sí... Seguro que ni la conozco, de grande que debe estar... ¿Tiene ya novio?... Ay, hija, no digas eso... bueno... un beso bonita... nos veremos... sí, un beso... Da un abrazo a todos... Adiós."

Dejando aparte el hecho de que la situación del pariente enfermo es triste y digna de compasión... ¿por qué tuve que oir toda esta conversación? ¿Por qué la tranquilidad de un viaje en tren tuvo que ser rota por esta señora hablando a voz en grito por el móvil? ¿Por qué hay gente que no tiene ningún pudor en compartir sus desgracias, sus alegrías, sus dramas y tragedias, sus momentos más intimos, felices o no, con cualquier desconocido? ¿Es algo consciente y les da igual? ¿Son sencillamente voceras en todos los aspectos de la vida? ¿Es falta de costumbre en el uso de un teléfono móvil?

No sé ustedes, pero me siento muy incómodo cuando hablo por móvil en público, intento hacerlo lo más bajo posible, y me incomoda también que otros no lo hagan.

Claro que igual uno es un repugnante...

Pero cuando veo noticias como la que reproduce el blog de donde he sacado la ilustración de este envío, no puedo evitar sonreir... por no llorar.

Y luego hay gente que se extraña de que muchas veces los vagones de tren, o los autobuses, estén repletos de gente, jóvenes y no tan jóvenes, como zombies con la mirada perdida, en su propio mundo parapetados tras auriculares que les aislan del exterior.

Es una imagen triste, lo admito.

Pero visto lo visto, a veces demasiado comprensible.

¡Salud!

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